Puedo matarte con dos palabras, tengo pistola y está cargada, pero aunque más méritos tengo yo para morir, a mí no puedes matarme. De esa tarea me he encargado, como si fuera mi profesión, o una maldita adicción eterna, que por poder lo he poddido hacer, es ese poder el que me enferma, como a los políticos sucios, como a los millonarios perversos, perverso el miedo, perversas las ganas, la tentación que me acapara el cañón que guarda y posee la llave para destruirte, aunque pocos méritos tengas. Miento. Ningún mérito tienes. Los ha inventado todos mi mente perversa y muerta, mi muerte delicada y siniestra. Por víctima o por querer serlo, es así como se las ingenia para conseguir la lágrima que la baña quemando como ácido su esplendor, ella mira cómo lo quema con cierta admiración, casi con fascinación. Adicta. Cómo el huelepega más inspirador de lástima, como el drogadicto más patético e inútil, como el alcohólico más pesado y ladilla, todos igual que tú, presos. Presos de una obsesión, presos por pobreza de espíritu, de latidos débiles y sonrisas opacas, de ojos apagados, de sangre cansada, envenenada, de rabia o tristeza, de fuego o cenizas, cenizas que dejas, al estornudar, cuidado! se dan cuenta... Tu escondite te está esperando, tu pedazo de infierno cómodo, hasta que tu propio olor te empieza a molestar, y eres tú misma a quien odias, y eres tú misma a quien hieres. Eres tú misma a quien matas. Y después de tanto experimentar, después de tanto practicar, por fin tienes la oportunidad, puedes matar a alguien más, y no tienes ni siquiera que torturarlo como lo haces contigo! sólo necesitas dos palabras, sólo dos.
Pero es difícil o no es tan fácil porque no es contigo con quien quiero hablar, y para qué, si nunca me escuchas, tú sólo disfrutas de un monólogo bien escuchado por mí y yo sólo disfruto de lo mismo, lo que varía es el actor. En tu caso tú, en mi caso yo. Lo niegas, y mientes. Lo negaría y mentiría si preguntaras, si te dieras cuenta de que tampoco a mí me interesa escucharte. Entonces somos dos egoístas magníficamente emparejados pero dime si no he sido generosa al no matarte y si supieras, el tiempo que he soportado el ataque de las ganas de dispararte.
Y no lo he hecho. No lo he hecho por la misma muerte que me enmudece no en ésta, sino en millones de ocasiones, no frente a ti sino ante cientos de personas, es esa muerte lo que quizás tampoco me deja quererte como quisiera o quisiera querer. No lo he hecho por un freno neoliberal de dejar hacer dejar pasar, el a ver qué pasa, el todavía no y también está el "no se lo merece". No lo he hecho porque no he descifrado si en verdad lo quiero hacer o es el poder el que me embriaga y me empuja hacia el gatillo.
No lo he hecho y estás vivo, pero aún te puedo matar.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario